Jueves, 22 de Abril de 2010 00:41
Escuela de Parejas
En la aldea de Faken, en lo más recóndito de Frisia, vivía un honrado panadero que se llamaba Fouke. Era alto, flaco y de mentón y nariz largos y delgados. Fouke era tan íntegro que se podría decir que sus delgados labios destilaban rectitud en cuantos se le acercaban. En consecuencia, los habitantes de Faken preferían mantenerse alejados de él. |
Su esposa Hilda era redondita y menuda, de brazos redondos, pechos redondos y trasero redondo. Ella no mantenía a la gente a raya con su rectitud; la suave redondez de su presencia invitaba a las personas a acercarse, y a disfrutar de su amistad y de su gran corazón, alegre y abierto.
Hilda sentía respeto por su recto marido, y también lo amaba, tanto como él se lo permitía; sin embargo, su corazón anhelaba algo más de él que aquella rectitud encomiable.
Y allí, en el lecho de la necesidad, yacía la semilla de la tristeza. Una mañana, después de haber trabajado hasta el amanecer para amasar el pan que luego colocaría en los hornos, Fouke llegó a casa y halló a un extraño en la cama, recostado sobre el redondo pecho de Hilda.
La aventura de Hilda no tardó en ser objeto de conversación en la taberna y un escándalo entre los que concurrían a la iglesia de Faken. Todos dieron por sentado que Fouke echaría a Hilda de su casa, pues era un hombre sumamente recto. Sin embargo, sorprendió a todos y dejó que Hilda siguiera siendo su esposa, afirmando que la había perdonado, como la Santa Biblia aconsejaba.
No obstante, en el fondo Fouke no le perdonaba a Hilda que hubiera traído vergüenza a su nombre. Cuando pensaba en ella, lo que sentía era rabia y rencor; la despreciaba como si se tratara de una vulgar prostituta. Al final, lo que ocurría es que la odiaba por haberlo traicionado después de haber sido un marido tan bueno y tan fiel.
Solo fingía haber perdonado a Hilda para castigarla con su recta misericordia. Sin embargo, aquel fingimiento de Fouke no era visto con buenos ojos en el Cielo.
Así pues, cada vez que Fouke sentía aquel odio secreto hacia Hilda, llegaba un ángel y dejaba caer un diminuto guijarro, apenas del tamaño del botón de una camisa, en el corazón de Fouke. Cada vez que caía una piedrecilla, Fouke sentía un dolor tan intenso como una puñalada, muy parecido al que sintió cuando encontró a Hilda alimentando su hambriento corazón de lo que había en la despensa de un extraño.
En consecuencia, la odiaba aún más; aquel odio le trajo dolor y el dolor lo hacía odiar. Las piedrecillas se multiplicaron; debido a ellas, el corazón de Fouke se volvió tan pesado que de la cintura para arriba el cuerpo se le inclinaba hacia adelante de una manera tan marcada que lo obligaba a levantar el cuello para mirar al frente. Cansado de tanto dolor, Fouke deseó que le llegara la muerte.
Una noche, fue a verlo el ángel que dejaba caer los diminutos guijarros y le dijo cómo podía curar aquella herida. Le comunicó que solo había un remedio, uno nada más, que pudiera sanar las heridas del corazón. Fouke necesitaría el milagro de los ojos mágicos. Precisaría de ojos que vieran el pasado, que le permitieran volver al principio, al momento en que se produjo la herida, y ver a su amada Hilda, no como la esposa que lo traicionó, sino como una mujer débil que necesitaba de él. Solamente al ver la situación desde otra perspectiva, a través de los ojos mágicos, se curaría el dolor de las heridas del ayer.
-Nada puede cambiar el pasado -protestó Fouke-. Hilda es culpable; ni un ángel podría cambiar eso.
-Sí, pobre hombre herido, tienes razón -asintió el ángel-. No puedes cambiar el pasado; únicamente se te podrá curar el dolor que sientes por lo ocurrido. Y solo se puede curar con la visión de los ojos mágicos.
-¿Y cómo puedo conseguir esos ojos mágicos de los que hablas? -preguntó con una mueca.
-No tienes más que pedirlo. Pide y deséalo, y se te dará. Cada vez que veas a Hilda con esos nuevos ojos, se sacará un guijarro de tu doliente corazón.
Fouke no logró pedirlo de inmediato, pues había llegado a apreciar mucho el odio que sentía. Sin embargo, el dolor de su corazón por fin lo obligó a querer y pedir los ojos mágicos que le había prometido el ángel. Así pues, los pidió y el ángel se los dio.
Al poco tiempo, Hilda empezó a cambiar a los ojos de Fouke, y de una forma tan mágica como misteriosa. Empezó a verla como una mujer necesitada de su amor, en vez de como una pecadora que lo había traicionado.
El ángel cumplió su promesa; le fue quitando una por una las piedrecillas del corazón. Sin embargo, hubo de transcurrir mucho tiempo para que se las quitara todas. Poco a poco, Fouke fue sintiendo que el corazón se le tornaba más liviano; volvió a caminar erguido y, por un motivo desconocido, hasta la nariz y el mentón se le veían menos delgados o puntiagudos. Volvió a acoger a Hilda en su corazón, y juntos, emprendieron un nuevo viaje, el de una renovada unidad en la que reinaba una humilde alegría.
Lewis B. Smedes
EL PERDON DERRIBA MUROS que el egoísmo levanta cada día entre los hombres
EL PERDON borra la línea que divide y separa
EL PERDON acerca a los que viven distanciados
EL PERDON olvida el pasado y nos abre a compartir lo nuevo
EL PERDON hacer revivir al perdonado y re-crea al mismo que perdona.
Cuando perdonamos sientes la rebeldía de tus sentimientos pero luego, experimentas la libertad de tu espíritu
Cuando perdonas te estás perdonando a ti mismo
Cuando perdonas el otro se siente aliviado y puedes volver a sonreír.
Cuando perdonas le estas diciendo: levántate, sal afuera y camina
El perdón es lo que mejor sabe hacer Dios y es lo que mas agrada a los hombres
Porque el perdón es la mejor expresión de nuestra capacidad de AMAR.
El perdón hace mas bien al que perdona que al mismo perdonado
¿Por qué nos costará tanto perdonar?
¿No será que en el fondo amamos menos de lo que decimos amar?
La medida de tu perdón será la medida de tu amor.
Amarás tanto cuanto seas capaz de perdonar y perdonarás tanto cuanto sea tu capacidad de amar de verdad a los demás.
Perdonar de corazón al que más te ofendió es una decisión no es una emoción. Es mas es una decisión que muchas veces va en contra de lo que sentimos.
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